¿Quizá la imagen muestre el sueño,
en algún momento, de much@s…?
Y es que eso de estar, entrar en un estado de canonjía, «poco trabajo y mucho provecho…» sospecho sea el ideal buscado por una gran parte de nuestra sociedad a tenor de los incesantes titulares de los medios de comunicación, redes sociales, comentarios de barra y de patio de colegio entre los adultos.
Es una cultura netamente hedonista, revestida, interiorizada de eudemonismo, con todas sus consecuencias. La autojustificación trabajada interiormente de que vivimos lo primero creyendo que es lo segundo, muestra consecuente de nuestra persistente, inopinada, tal vez, y cotidiana disonancia cognitiva.
«Si uno no vive como piensa acaba
pensando cómo vive«
afirmó hace años el costarricense José María Hipólito Figueres Ferrer. Posiblemente fuera una de los mejores «vendajes» que ayudaran a cerrar esas fisuras producidas por tales disonancias.
A nivel público de casos, todas y todos conocemos algunos. Leyendo declaraciones de algunos responsables políticos nos queda claro que casi NUNCA uno se equivoca, son OTROS, los que provocan, los que se confunden, los que hacen mal, o, simplemente «es algo que hacemos TODOS«.
La actitud de autojustificación viene, fundamentalmente determinada, entre otras razones, por el hecho de que hacerlo es visto, interpretado, como síntoma de DEBILIDAD. Esa es la explicación habitualmente dada, claro.
Hoy por hoy sólo se trabaja la imagen de mostrar FORTALEZA. Tal como ocurre con toda esa cultura de esfuerzo gimnástico que parece diluirse tras salir del centro de entrenamiento. Pura apariencia de ser gente sana y dinámica. Demasiada musculación con poca potencia y fuerza.
Se trata, además, de que FORTALEZA, «pura y dura«, se asimile a VALENTIA. Pero en mi periplo educacional, es la HUMILDAD, además del VALOR, una de las raíces de tal virtud. Compleja y efímera de demostrar, y mantener, por ende, salvo en las innumerables vidas anónimas y calladas que observo a diario en numerosas vecinas y vecino que, por puro AMOR, la ejercitan sin preocuparles ni ser conscientes de ello. Per se.
Y es que, en este clima de «sordera» que supone esa disonancia cognitiva, a nivel individual, por supuesto, y de forma individualizada, es complicado saber (por no aludir el querer) «escuchar al otro«, para lograr la generación de acuerdos beneficiosos (esos que ahora tilda como «ganar-ganar«) para una sociedad bipolarizada, segmentada y maltrecha que, cada día más, está pagando esas facturas y las fracturas económicas, sociales, que llevan el nombre de OTROS.
¿Causadas, entonces, por OTROS?. NO, causadas por NOSOTROS mismos por nuestra pasividad, por nuestro ensimismamiento, por nuestra ofuscación bajo la euforia, y por nuestro consentimiento (incluso por omisión); al no sacar al «homo sapiens» y continuar colectivamente como el «austrolopithecus«; por no sosegar al temperalmental de nuestro interior, a la apasionada y sentimental.
Las elecciones, las decisiones, son, deben ser, siempre individuales, no grupales, colectivas, empáticas. Cierto que no somos seres perfectos. Por ello no podemos esperar soluciones perfectas. Si lo parecieran, cuando menos de entrada (y más allá) hay que recelad de ellas, por «incómodo» que resultara:
“La gente no queremos oír cosas que
nos ponga en conflicto con
nuestras creencias y deseos más profundos”
No podemos legítimamente exigir nada si antes individualmente nos aplicamos, sin excepciones, sin más disonancias, en todos los ámbitos de nuestra vida, tales exigencias que deseamos de las primeras figuras de nuestro entorno social.
Todos sabemos cómo desde la base, desde cada uno, es desde donde se deben subsanar las cosas. Las soluciones buenas no vendrán de arriba, no serán «top-down«, si no somos propositivos, vigilantes, exigentes, desde abajo hacia arriba, «bottom-up«, eliminando, minimizando, las excepciones con rigurosidad. CADA DÍA.
Como sucede con el resto, en mi universo la physica conocida supone apenas un puñado de gotas respecto al océano colosal sobre el que descansa. La distancia y la densidad a la que nos situamos cada uno de los fenómenos durante nuestras translaciones, durante nuestras revoluciones orbitales, ejerce una gravedad cotidiana en nuestra vida interior.
